martes, 9 de noviembre de 2010

Jugando Ajedrez en la Computadora


Unos y Otros
(cuento)(*)



Primero perdió una torre. Mas tarde cayó la segunda, víctima del certero ataque desplegado.
Amenazando directamente al rey blanco, jaqueado por una situación que él en su terreno no imaginaba como posibilidad (Aunque si bien para muchos esto era previsible y consecuencia directa de sus actos ofensivos anteriores).
Siempre se dice y se repite que “no hay mejor defensa que un buen ataque”, y esto era lo que parecía estar sucediendo.
Lo tomó por sorpresa, sí, pero ahora era el turno de su movida, de la jugada que le permitiera recuperar las posiciones de vanguardia que detentaba hasta con cierta displicencia. Hasta el ataque sorpresivo que le cobrara en dos jugadas malévolas primero una y luego otra torre.
El callejón por el que entraron fue – en definitiva – una posibilidad lateral que él descuidara, en su arremetida. Salvado momentáneamente, llegaba ahora el turno de la venganza, de su propia acción ejemplificadora, que resignara al contrario a defenderse sin más, y desechar otra posibilidad de volver a vulnerarlo. Pero debía ser más que meditada. Debería no haber descuidado la sutil maraña, el entretejido que une a cada uno de los suyos, en un mutuo apoyo para la confrontación. Ese apoyo que no deja lugares por donde penetrar y hacer daño.
Cual renovado Cowboy, usó su caballo para avanzar. O quizás debería haber usado aquellos peones, aunque no, esos no tendrían peso en...

En ese instante, cesó abruptamente la música que sonaba amablemente desde la radio de su equipo estereofónico, ubicado en un estante al costado de la computadora. Un informativo con algo de extrema gravedad y urgencia era la nota discordante que truncaba definitivamente la partida que estaban jugando hasta ese instante él, y su PC. La máquina (ajena a la tragedia que desde la radio estaba narrando el feroz atentado), ejecutó el programa correspondiente. Evitó el encierro al que él la venía sometiendo en un juego de pinzas que le ahogaba toda posibilidad de crecimiento y desarrollo de su propio juego, y pasó al ataque con un simple movimiento del alfil negro. Jaque. Desde la radio, cientos de preguntas comenzaron a hacerse los seres humanos, sobre los porqués de tanta maldad y destrucción. Sobre el valor de cada vida y la inutilidad de la muerte de alguien, de cualquiera. De cada uno, tanto de los unos como de los otros.
La máquina, fría y calculadora, revisó las posibilidades de triunfo y advirtió que estaba a dos pasos del final. Dos pasos, aún.

Felipe R. Ávila
(*) Escrito el 11 / 10 / 2001.